sábado, 3 de febrero de 2007

A RECUPERAR LA HISTORIA

Recordar… tratar de viajar en este tiempo que nos sobrevive, que nos sobreviene y se nos amontonan las imágenes, los sonidos, las palabras, los vehículos extraños en la esquina. Los rumores de vecinos que dicen que han preguntado por ti… quién sabe quién.

Recordar… porqué para algunos recordar les suena como anticuado…? como si fuera moda. Demaciado romántico? como si fuera un estado emocional.

Recordar y revivir… algo así me sucedió hace un tiempo cuando recorriendo mi barrio, la Villa Portales, me encontré con un grupo de jóvenes, para mi jóvenes son veinteañeros ya. Con unos lienzos estaban ellos, jugando y pintando junto a niños y niñas de la Villa. Me detuve un momento, un rostro en ese lienzo me llamó la atención era Claudio, la piel se erizó, un estremecimiento recorrió como una brocha fría llena de momentos en que compartía con ese rostro hoy convertido en símbolo de lucha, un héroe popular de un sector de este Santiago. Me acerqué a ellos, les pregunté de qué se trataba la actividad, “…son las colonias del diablito”, me dijeron. Mas preguntas me nacieron con esa respuesta, inmediatamente las asocié con las colonias urbanas de los años 80’s. “...y ustedes conocieron al diablo?” pregunté, “sii pos, éramos amigos, era rodriguista y pelió contra los milicos en la dictadura, cuando murió tenia mi edad…”, “..ah, si? y que edad tienes?, pregunté… 18, me dijo, ese mismo día estaba de cumpleaños cuando lo metieron en un departamento y lo hicieron explotar con otros dos compañeros…”. El estremecimiento ahora me ahogaba, me hizo mirar ese fatal edificio numerado con el 10, que hacía una sombra enorme sobre estas pequeñas figuritas que hacían cambios junto a los otros mas pequeños, llevándoles historias de la lucha, intentando hacer conciencia social, mostrándoles videos, fotografías… haciéndoles dibujar en las veredas cómo ellos veían la Villa Portales y como les gustaría que fuera. Claudio estaba ahí sonriendo, lo podia ver como si estuviera tras los pliegues de la pañoleta, en esa figura pintada en negro y rojo con pintura espray, sobre un pedazo de sábana vieja, seguro también heredaron ese soporte, lo miré y lo ví como la última vez, dos días antes de su muerte cruzándome con él, bajo el puente que divide la Villa en dos sectores, me miró e hizo un gesto con los dedos de su mano derecha, con un gesto cerró un ojo y luego su índice lo cruzó sobre sus labios… yo le miré, sonreí levemente y guardé silencio.
Seguí mi camino, pensaba sobre el hecho de estar con alguien en algún momento de la vida creyéndonos invencibles, inmortales, con el que vestiste de audacia las noches de protesta y pintaste de rojo la opinión oficial, con quien te cubrio la espalda y uno la de él con una escopeta hechiza o una onda potente, en comentar la belleza de una compañera, en mirarnos cómplices cuando nos bajaba el informe y luego ver esos mismos rostros convertidos en símbolos, en héroes, siendo parte de mitos populares, de historias que se van tejiendo en el hablar de la gente, en la imaginación de los niños de esa época que nos reconocen aún como los que salíamos a agarrarnos con los milicos, a cortar Velásquez, a botar tendidos eléctricos, a pintar un mural, a organizar la villa en Juntas de Vecinos democráticas… A estar ahora en un lienzo, convertido en ejemplo de los niños de esos días que llevamos a pintar la Villa con sus dedos pequeños, con sus ojos vivos y frescos.
Carlos Saravia.

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